Al Divino Esposo no le agradan sólo las grandes obras
de las personas devotas, sino también las más pequeñas y bajas; y, para servirle como le place, hay que cuidarse
mucho de servirle bien en las cosas grandes y en las pequeñas y despreciables
ya que podemos de igual modo tanto con unas como con otras, robarle el corazón por amor.
Prepárate, pues Filotea, a padecer muchas y grandes
aflicciones por el Señor e incluso el martirio; disponte a darle todo lo de más
precio y más querido que tengas si tuviera a bien tomarlo. Pero mientras la
Divina Providencia no te envía aflicciones tan sensibles y grandes y no te pide
tus ojos, dale al menos tus cabellos: es decir, soporta con dulzura esas
pequeñas ofensas, estas pequeñas incomodidades, estas pérdidas de poca
importancia que te ocurren a diario, pues mediante estas pequeñas ocasiones,
aprovechadas con amor y dilección, ganarás enteramente su corazón y lo harás
todo tuyo.
Estas pequeñas caridades diarias, este dolor de cabeza,
este dolor de muelas, esta indisposición, esta manía del marido o de la mujer,
esta rotura de un vaso, este desprecio o este gesto, esta pérdida de guantes,
de una sortija, de un pañuelo, esta pequeña incomodidad que uno se impone de ir
a acostarse temprano y levantarse pronto para orar, en suma, todos esos pequeños
sufrimientos recibidos y abrazados con amor contentan sobremanera la Bondad
Divina.
San Francisco de Sales, Filotéa, 3a parte, XXXV